Setenta años de esfuerzo y pasión por las harinas

Setenta años de esfuerzo y pasión por las harinas

Fundada en 1950 en el corazón del centro de San Salvador, Panificadora Única hoy al mando de dos de las hijas de su fundador, ha crecido exponencialmente y ha salido airosa de varias crisis gracias a una mezcla de perseverancia, trabajo duro y pasión.

Dos italianos, Giusseppe Cicchelli y el suegro de este, Antonio Riccio, llegaron a El Salvador a inicios de los ochenta con la intención de invertir en el pulgarcito de América a través de un negocio, la panadería.

Se trajeron un maestro panadero de Italia y montaron la que hasta hoy ha sido una de las panificadoras más prósperas y recoconidas de El Salvador, Panificadora Única.

Ellos estuvieron poco tiempo al frente del negocio, fue el hermano de don Giusseppe Cicchelli, Nicola , quien con tan solo 18 años se incorporó al negocio, primero como colaborador pero pronto se enamoró de la industria de las harinas y tiempo después se convirtió en propietario.

Fotos cortesía de Panificadora Única.

Nicola junto a su esposa Carmen Aieta de Cicchelli, de origen italiano también, y como un gran pilar de apoyo, sacaron adelante la panificadora con mucho sacrificio y dedicación.

La panadería que comenzó con pocos productos fue creciendo de manera exponencial y don Nicola fue un hombre visionario que pronto encontró en el pan una industria con mucho potencial e  innovó desde el día uno, ofreciendo productos únicos como las flautas, el pan de aceite (receta italiana) y que todavía se sigue vendiendo con la receta original, los palitos y otros.

Don Nicola Cicchelli y doña Carmen Aieta tuvieron cuatro hijas: Alessandra, Valeria, Mariana y Daniela, a las que introdujeron  desde niñas en la empresa, inculcándoles lecciones invaluables, no solo de panadería, sino de la vida.

Alessandra, hoy gerente general de la Panificadora, recuerda a su padre como un hombre generoso y  luchador nato que siempre apostó por el negocio y sus colaboradores y cómo la empresa enfrentó varias crisis, sobre todo durante la guerra.

La continuidad del legado

Hace 23 años, Alessandra Cicchelli, la hija mayor de don Nicola llegó a colaborar a la empresa fundada por su padre, con tan solo 26 años y recién graduada de odontóloga se involucró  en el negocio para aprender y así asegurar el legado de la empresa.

Doña Alessandra junto a dos de sus colaboradoras. Fotos cortesía de Panificadora Única.

Aunque desde niña había visitado la planta de producción de la panadería junto a sus tres hermanas para jugar con las harinas y comer pan a hurtadillas, asegura que ese empleo representó un desafío y se comprometió en aprender todo lo que le fuese posible.

Guiada por don Nicola, su padre, Alessandra y más tarde su hermana Valeria fueron incorporándose en cada una de las funciones y de él aprendió que antes de dirigir debía conocer muy bien cada proceso, así que literalmente se puso manos a la masa. Conoció de harinas y de masas, aprendió a hacer pan, diseñó rutas de distribución y aprendió a tratar con los clientes que son la razón de ser del negocio.

Fotos cortesía de Panificadora Única.

De su padre, asegura, aprendió todo lo que sabe del proceso de producción y de su madre las labores de administración y se apasionó tanto por la industria que ya no ejerció más su profesión de odontóloga.

Para ella, todo lo que aprendió tenía un propósito, porque cinco años después de haberse empleado, su padre falleció y su madre delegó en ella y en su hermana el negocio.

Alessandra tenía 31 años y asumió como gerente general de la panificadora y se comprometió a cuidar y hacer crecer el legado de sus padres.

Su mayor orgullo es que siguen conservando clientes y colaboradores muy comprometidos desde el inicio de la empresa. Pese a todas las crisis, la panificadora se ha mantenido a flote.

Aunque asegura que han sido 23 años de aciertos y errores, se siente orgullosa de lo que han  construido, aumentado el catálogo en más de 300 productos y diversificando el negocio. Ahora ofrece también pasteles, catering, comida a la vista y hasta desayunos sorpresa.

Lo empresaria afirma que cada paso que da está guiado por Dios y por todas las enseñanzas que su padre le dejó y la huella que él plantó es tal, que cada día es un desafío, no solo a nivel empresarial sino humano.

“Mi papá siempre nos decía que no había que darse por vencido por nada, y que uno puede hacer todo lo que uno quiere si tiene la voluntad. Una de las lecciones que más me impactaron es que era un hombre muy empático, se ponía en los zapatos del otro y desde que él murió siempre escuchó cosas buenas sobre él: que era muy bondadoso y muy entregado”, cuenta.

Alessandra aprendió bien las lecciones, pues ha sido tan cercana a sus colaboradores que en plena pandemia se levantaba de madrugada para recoger en su propio vehículo a los que viven por su zona y llevarlos hasta la planta.

Durante la pandemia las ventas cayeron hasta un 75% en el mes de mayo y en el resto de meses a la mitad, Alessandra y su familia decidieron que no harían despidos, tampoco bajarían salarios, sino que al contrario, mantendrían a todos sus colaboradores trabajando con ellos, por lo que buscaron formas de bajar costos sin afectar salarios.

Trabajaron  mano a mano con cada uno de sus colaboradores,  no solo yéndolos a recoger sino ejecutando a la par de ellos cada tarea que fuera requerida. Aquellas lecciones que sus padres les enseñaron las echaron a andar una a una.

“Yo  llegué a hacer hasta 50 domicilios diarios en mi propio vehículo, fui a colonias o zonas en las que nunca había estado, pero si queríamos mantenernos a flote, había que hacer lo que fuera”, cuenta.

Hoy día la panificadora provee a hospitales, supermercados y varias instituciones de Gobierno. Según la gerente general en promedio en la panificadora se consumen al mes unos 400 a 500 quintales de harina.

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